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Edad Media

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 Edad Media

 
En el año 409, suevos, alanos y vándalos invadieron la península ibérica. Pocos años después, en el 416, los visigodos entraron en Hispania como aliados de Roma, expulsando a alanos y vándalos de la península y arrinconando a los suevos en la Gallaecia.
 
Edad media XI
 
 
La primera idea de Hispania/España como país se materializó con la monarquía visigoda. Los visigodos aspiraban a la unidad territorial de toda Hispania y la consiguieron con las sucesivas derrotas de los suevos, vascones y bizantinos. Estos últimos dominaron el sur peninsular desde la segunda mitad del siglo VI situando su capital en Carthago Spartaria, actual Cartagena. La invasión visigoda de la ciudad llevada a cabo por Suintila en la primera mitad del siglo VII, año 625, puso fin a esta etapa. La unidad religiosa vendría con la reconciliación de católicos y arrianos y con los concilios de la Iglesia Visigoda, un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey y los obispos de todas las diócesis del reino sometían a consideración asuntos de naturaleza tanto política como religiosa, con vocación de legislar en todo el territorio nacional. Así, San Isidoro de Sevilla en su Historia Gothorum se congratula porque Suintila «fue el primero que poseyó la monarquía del reino de toda España que rodea el océano, cosa que a ninguno de sus antecesores le fue concedida...». La monarquía visigoda estableció además una capital que centralizaba tanto el poder político como el religioso en Toletum. Sin embargo, el carácter electivo de la monarquía visigótica determinó casi siempre una enorme inestabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y asesinatos.
 
En el año 689 los árabes llegan al África noroccidental. El año 711, tras la victoria de los árabes frente a los godos en la batalla de Guadalete, se inició la Invasión musulmana de la península ibérica que terminó convirtiendo ésta en un emirato o provincia del imperio árabe llamada al-Ándalus con capital en la ciudad de Córdoba. El avance musulmán fue veloz y en el 712 cayó Toledo, la primera capital visigoda. Desde entonces, fueron avanzando hacia el norte, y todas las ciudades fueron capitulando o conquistadas. En el 716 controlaban toda la península, aunque en el norte su dominio era más bien nominal que militar. Los visigodos resistieron algunos años en más en la Septimania, hasta el 719. A partir de entonces, dirigieron sus esfuerzos hacia el otro lado de los Pirineos, contra el reino Carolingio. Esto permitió revueltas en la poco controlada zona noroeste de la península.
 
Después de la caída del reino visigodo, la península quedó dominada por los musulmanes hasta la cordillera Cantábrica, donde estaban los pueblos astures, cántabros y vascones, escasamente sometidos al reino godo. Dada su escasa importancia, no sufrieron demasiado la presión del Islam, que había sustituido en la península ibérica al poder ejercido por el reino godo. Muchos de los señores godos o hispanorromanos se convirtieron al Islam y conservaron sus posiciones y poder.
 
En el año 718 en la actual Asturias un noble llamado Pelayo se sublevó contra los musulmanes. La sublevación fracasó, pero hacia el año 722 volvió a intentarlo y tuvo lugar lo que la historiografía denominó la batalla de Covadonga, en la que Pelayo y un grupo de astures (entre los que se encontraban, según algunos historiadores, nobles visigodos; el origen de Pelayo es también incierto) vencieron a una expedición de castigo musulmana. Este hito sirvió para marcar el momento de fundación del Reino de Asturias y dar inicio al período conocido como Reconquista, entendido como el restablecimiento del poder cristiano en la península ibérica.
 
En la parte nororiental de la península y en la Septimania goda, los godos que habían huido al reino de los francos pidieron ayuda a estos. Así Carlomagno emprendió una serie de campañas militares con la intención de establecer un territorio de distensión militar, más conocido como marca. La Marca Hispánica se constituyó a principios del siglo IX para evitar la penetración de los musulmanes en el territorio del Reino de los Francos. Así fue como los francos dividieron ese territorio en diversos condados, donde señores feudales de origen franco o godo representaban al rey de los francos. Estos territorios tuvieron, por tanto, un desarrollo algo diferente al que experimentaron los reinos cristianos ibéricos occidentales. Estos condados en pleno proceso de feudalización se emanciparon de facto del dominio franco después de la crisis carolingia del siglo IX, al empezar a transmitirse hereditariamente los condados, si bien hasta el año 988 los condes de Barcelona renovaron el pacto de vasallaje con los reyes francos.
 
Los siglos VIII y IX vieron un creciente poderío musulmán en la península, a pesar de la oposición los núcleos cristianos del norte. A fines del siglo VIII, el omeya Abderramán I, huido de Siria, hace de al-Ándalus, en lo político, un emirato independiente del Califato de Damasco. En el siglo X, Abderramán III convirtió al-Ándalus en califato independiente de Damasco, ya con autonomía religiosa y no sólo política, como hasta entonces. Es una época de pujanza cultural, gracias a las innovaciones en las ciencias, las artes y las letras, así como con una especial atención que dedicaron al desarrollo de las ciudades. Las urbes más importantes de al-Ándalus fueron Valencia, Zaragoza, Toledo, Sevilla y Córdoba. Esta llegó a ser, durante el siglo X, con al-Hakam II, la mayor ciudad de Europa Occidental, contando con 500.000 habitantes y mayor centro cultural de la época. Sin embargo, la decadencia de los territorios musulmanes empezó en el siglo XI, cuando comenzaron las pugnas entre las distintas familias reales musulmanas y el califato se desmembró en un mosaico de pequeños reinos, llamados de Taifas.
 
Mientras tanto, cerca de los Pirineos se configuraron otros dos reinos cristianos: Navarra y Aragón. Al avanzar la expansión cristiana por la península, el que hasta entonces había sido reino de Asturias, con su capital fijada en Oviedo desde el reinado de Alfonso II el Casto, se transformó en reino de León en 910 con García I al repartir Alfonso III el Magno sus territorios entre sus hijos. Años después, en 914, muerto el rey, subió al trono Ordoño II de León, que aglutinó bajo su corona los territorios de Galicia, Asturias y León, fijando definitivamente en esta ciudad su capital y confirmando su supremacía como reino de León.
 
El avance de las conquistas hacia el sur y la aglutinación en torno a León de un territorio cada vez más amplio trajo consigo el nacimiento de «subunidades» político-territoriales: es el caso del condado de Castilla. Este fue adquirido por el rey navarro Sancho III el Mayor, que lo dejó a su muerte en herencia a su hijo Fernando. Casado este con la hermana del rey leonés, formó una coalición navarro-castellana que, tras una guerra y la muerte del rey de León en la batalla de Tamarón, le permitió acceder al trono. Sin embargo, a su muerte los territorios volvieron a ser repartidos entre sus hijos: el reino de León, el reino de Galicia, Castilla, que también adquiere el rango regio, y la ciudad de Zamora. A lo largo de los siglos siguientes, estos territorios pasaron a manos del mismo o de distintos monarcas en sucesivas ocasiones, conformando la Corona de Castilla, con unas únicas Cortes. Los distintos territorios conservaban su carácter de reino y diversas particularidades jurídicas (el rey que aglutinaba bajo su corona todos estos territorios se titulaba Rey de León, de Castilla, de Galicia... añadiendo sucesivamente los de los nuevos territorios que se iban conquistando), aunque en realidad no conservaran una autonomía similar a la de la Corona de Aragón. Asimismo, nació en León otra unidad territorial de gran trascendencia posterior: Portugal, que se constituyó como reino. Cabe señalar, por último, como uno de los momentos más destacados los reinados de Alfonso VI y Alfonso VII la adopción del título de emperador, el primero como «emperador de las dos religiones», el segundo como «emperador de España».
 
El devenir de los reinos cristianos peninsulares en las décadas siguientes pasó por la constitución de cuatro unidades monárquicas: la denominada Corona de Castilla, concepto que implicó la existencia de un solo monarca sobre diversos y distintos reinos y territorios (León y la propia Castilla, además de Galicia y otros); la Corona de Aragón, que se había constituido mediante la unión dinástica en 1137 del reino de Aragón y el condado de Barcelona; el reino de Navarra y el reino de Portugal. A ello hay que sumar toda una serie de reinos de Taifa musulmanes.
 
En el siglo XIII la Corona de Castilla, la más pujante de las hispánicas, amplió sus dominios hacia el sur peninsular, mientras que la de Aragón añadiría los reinos de Valencia y de Mallorca con el rey Jaime I el Conquistador. Posteriormente formarían parte de esta Corona Cerdeña, Sicilia y otros territorios del Oriente mediterráneo. A finales de este periodo, en 1402, y en competencia con Portugal, la Corona de Castilla inició la conquista de las islas Canarias, hasta entonces habitadas exclusivamente por los guanches. La ocupación inicial fue llevada a cabo por señores normandos que rendían vasallaje al rey Enrique III de Castilla. Este proceso de conquista no concluiyó hasta 1496 y fue culminado por la propia acción de la corona castellana.
 
Un castillo medieval el Castillo de Loarre (Huesca)
 
Mientras, en la Corona de Aragón la gran mortandad provocada por la epidemia de la Gran Peste de 1348, así como de las malas cosechas que empezaron con el ciclo de 1333 («lo mal any primer»), provocaron una gran inestabilidad tanto social como económica. A la muerte del Rey Martín I el Humano (1410), los representantes de los Estados que constituían la Corona de Aragón eligieron en el Compromiso de Caspe a Fernando de Antequera, de la castellana Casa de Trastámara, como futuro rey Fernando I, en quien recaían por herencia materna los derechos dinásticos. A pesar de una revuelta protagonizada por el Conde de Urgel, Fernando I fue coronado y comenzó el reinado de los Trastámara en la Corona de Aragón.
 
Después de la expansión por el Reino de Nápoles durante el reinado de Alfonso V el Magnánimo, la Corona de Aragón sufrió una crisis en el Principado de Cataluña provocada por las disputas entre Juan II, hijo de Fernando de Antequera, y la Generalidad de Cataluña y el Consejo de Ciento (Consell de Cent), causadas por la detención de su hijo y heredero Carlos de Viana, así como por las tensiones de las clases sociales entre la Busca y la Biga y las revueltas de los campesinos de Remensa, que coincidieron con la Guerra Civil Catalana (1462 - 1472). Todo ello debilitó a Cataluña, que perdió así la hegemonía dentro de la Corona aragonesa. En contrapartida, Valencia se convirtió en el puerto marítimo que centralizó la expansión comercial de la Corona de Aragón. Muestra de su pujanza es que alcanzó los 75.000 habitantes a mediados de siglo XV. Paralelamente, la capital levantina experimentó un auge cultural conocido como siglo de Oro Valenciano. Aragón, sin salida al mar, quedó como proveedor de cereal, ganado y lana del resto de los estados de la Corona. Su economía era fundamentalmente agrícola y los privilegios de los ricoshombres y los nobles impidió el desarrollo de una burguesía pujante, por lo que su peso en el marco de equilibrios entre los estados de la Corona aragonesa disminuyó. Con la subida al trono de Fernando el Católico, segundo hijo y heredero de Juan II en 1479 las tensiones sociales se redujeron y con la firma de la Sentencia Arbitral de Guadalupe en 1486 se asentó una nueva estructura en el campo catalán para acabar con la conflictividad del medio rural.

Casas Medievales

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